JULIO CAMBA

 
 
 
 
JULIO CAMBA.   "PÁGINAS ESCOGIDAS"
Voy a escribir unas breves líneas intentando resumir los pensamientos más próximos después de la lectura de "Páginas Escogidas",  antología que Austral y Espasa han publicado en su colección "Austral Summa" sobre los más celebrados artículos del periodista gallego Julio Camba.
 
Importa saber algo de la vida de tan insigne "escritor fácil", como a él le gustaba definirse. Nacido en Villagarcia de Arosa (Pontevedra) en 1882 y muerto en Madrid en 1962. Prolífico autor de alrededor de 4.000 artículos en la prensa más señera del momento, principios de siglo XX. Desde 1907 en España Nueva hasta los albores de la Gran Guerra en 1914 con ABC. Su pluma ágil y divertida, y no por ello menos profunda, a él le gustaba decir que el "periodismo es un arte de ligereza, de rapidez y de amenidad", manchaba de tinta las páginas de los mejores diarios de la época, desde los ya mencionados hasta El Mundo, El Imparcial y La Correspondencia de España.
 
Huye de su casa en 1897, con apenas quince años, y se embarca como polizón rumbo a Buenos Aires, desde donde es deportado a España dos años más tarde acusado de actividades anarquistas. De nuevo en Galicia, comienza entonces su actividad literaria escribiendo versos y sueltos en periodicos y gacetas locales hasta que en 1903 recala en Madrid. A partir de 1907 se recogen sus primeros artículos más significados, primero como cronista parlamentario con el sobrenombre de "Diario de un escéptico", actividad muy propia del ejercicio periodístico de la época, también como cronista costumbrista bajo los carteles de "Palabras de un mundano", "Veraneo extemporáneo" y "Verano sin veraneo", hasta que ya en diciembre de 1908 comienza su actividad como corresponsal en distintas ciudades europeas.
 
 
 
 
Constantinopla, París, Londres y Berlín serán las grandes capitales que acojan su interés y el de sus numerosos lectores. Su estancia en esas grandes urbes se sucede desde finales de 1908 hasta julio de 1914, ya en los prolegómenos de la primera confrontación bélica mundial. Y Camba saca en esas circunstancias lo mejor de su ingenio para transmitir al lector la visión más exacta y aguda de las sociedades a las que se enfrenta. El caos y la suciedad de la capital turca, su inmensidad que será siempre preferible verla desde la distancia, alejados de la misma urbe; la seducción y elegancia de París, su ciudad preferida sin duda, enervada por el gran río latino del Sena, cumbre de la belleza que epitomiza en las mujeres francesas y en sus costumbres liberales. Francia, como resumen y colofón del respeto a las libertades de sus ciudadanos y de los hombres perseguidos que en ella se refugiaron. Francia que acepta todas las opiniones que quererse se hicieran en contra de cualquier otro país o régimen pero que, irónicamente, no transije cuando esa crítica se hace contra sí misma, y eso a la postre le cuesta a Camba su expulsión en Junio de 1912.
 
Berlín, aglomeración de toda la fuerza filosófica y productiva del principio de siglo, enamorada del orden y de las leyes, mirando de reojo a la vecina francesa, celosa no solo de su elegancia, que a la alemana le falta, si no también de su potencia armamentística en auge, que prevé pueda dar lugar a una nueva reclamación territorial de la Alsacia y la Lorena. Los zeppelines sobrevolando la ciudad bajo la mirada orgullosa de sus ciudadanos, los barrios judios ya separados y sus miembros excluidos en la administración del estado. Su carácter prusiano, su fortaleza física y su afán de engrandecer hasta lo ilimitado su idea de nación dominante, preclaro ambiente de lo que pocas décadas después supondría la gran locura del nazismo.
 
Pero si a este lector le ha sorprendido la finísima agudeza de Camba para calcar el alma de un país, eso ha ocurrido grandemente en los artículos que escribió durante su estancia en Londres. Inglaterra va "a su bola". Hay una fuerte contrapartida entre el puritanismo de sus gentes y el atrevimiento de las mujeres sufragistas que pretendían la equiparación social y política con los hombres. Hay una valentía sin igual de la sociedad civil en cuanto a la tolerancia de las religiones, sectas, clubes de todo tipo y sus a veces extravagantes actividades, contra el pudor muchas veces ridículo de los ciudadanos que, facilmente, se escandalizan por comportamientos que, en la vecina Francia, serían vistos como normalidad. Y por encima de todo, como un imán que absorbe una grandísima parte de la actividad de la ciudad, el dinero, el negocio, el comercio, la santa trinidad anglicana.
 
 
 
 
Y hay una ligazón final que aúna la visión supuestamente cosmopolita de Camba con su esencia española. Frente al trabajo de Francia, la vagancia; frente a la educación alemana, el piropo; frente a la convención social inglesa, el cachondeo. La lejanía de España durante su ausencía le sirve para criticarla más certeramente y, al mismo tiempo, para añorar su pasión, su pensamiento, su luz. 
 
 Una escritura amena, muchas veces jocosa, certera en sus observaciones, valiente en sus razonamientos, libre, tal que en no pocas ocasiones se sorprenda el lector de lo que entonces podría ser considerado como "políticamente correcto" a la hora de criticar lo observado, y, sobre todo, tremendamente divertida. Lamentablemente ya no quedan autores de la profundidad de un Julio Camba. Cronistas de una época irrepetible que nos enseñaron, entre veras y bromas, cómo eramos y cómo era el mundo que nos rodeaba. Un gran libro. Háganse con él.

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