RUTA BAROJIANA

El pasado día 28 de diciembre se conmemoró el 140 aniversario del nacimiento de Pío Baroja y, como humilde homenaje, decidí realizar una breve ruta por los lugares donde residió en Madrid el autor donostiarra.

Armado de un par de cámaras, libro de notas, donde apunté las direcciones correspondientes y el itinerario a seguir, lo cual hice escrupulosamente, me lanzé a la calle con la disposición del más aplicado de sus admiradores.

La primera parada, eran ya las 13:00 horas del mediodía, tuvo lugar en el Cementerio Civil. Allí descansan, en una humilde tumba, los restos del escritor. Sin pudor alguno tomé prestado un fresco clavel de un nicho vecino y lo deposité, algo emocionado, sobre su lápida. Si algún visitante pasara por ella vería, quizás satisfecho, que alguien tuvo un recuerdo para el personaje.





 El segundo alto en el camino me llevó hasta la Puerta del Sol, desde donde me dirigí hasta la calle Misericordia, esquina con la del Maestro Victoria (antes calle Capellanes). En el número 2 de la calle Misericordia residieron los Baroja cuando se hicieron cargo del negocio de la panadería Viena Capellanes, entonces la primera instalada en Madrid. El entorno, donde se acumulaba una ingente cantidad de padres, madres, criaturas menudas y abuelas al reflujo de un reclamo navideño de unos cercanos almacenes, hizo que me sintiera algo malhumorado. Si a este hecho añadimos que, al preguntar a una policía municipal la ubicación de la antigua calle de Capellanes, me preguntara llanamente si "iba a recoger el dorsal para la carrera de San Silvestre", a lo que yo respondí que  simplemente estaba haciendo una ruta "barojiana" (deduje una cierta mirada de admiración en sus ojos...), el evento se tornaba entonces un punto surrealista.






Hacia la tercera parada, calle de Juan Alvárez Mendizabal, número 34, emplazamiento de la editorial e imprenta que su familia Caro Raggio estableció en Madrid, me dirigí caminando desde la calle Misericordia. La casa actualmente, de ladrillo oscuro visto con unos adornos blanquecinos parecidos a langostas colgantes, no emociona al transeunte y, de tal manera, abrevié mi estancia en tal lugar para dirigirme a un restaurante cercano y comer algo; eran ya cerca de las 3 de la tarde y mi estómago reclamaba su peaje alimentario.





Concluí mi ruta en la calle Ruiz de Alarcón, número 12, donde el escritor vivió hasta su muerte en octubre de 1956. Es este un bello edificio de principios del siglo XX, con balconadas repujadas de hierro labrado y ventanales blancos. Los alrededores de la casa conforman uno de los parajes más elegantes de Madrid; el antiguo Museo del Ejército, el edificio de la Real Academia de la Lengua, la Iglesia de los Jerónimos y el Museo del Prado configuran un marco urbano de singular belleza, quizás más acentuada en día luminoso y frio de invierno.





Después de las fotografías de rigor, tomé ya el camino hacia la estación de Atocha, no sin antes deambular un rato por la cuesta de Moyano, donde adquirí en una caseta una biografía de don Tomás de Zumalacarregui, personaje que aparece, como se sabe, en algunos títulos del celebrado "Memorias de un Hombre de Acción"

Y ya con el rigor del cierto cansancio físico acumulado, este humilde escriba recaló de vuelta en su morada. Era ya oscura la tarde, aunque aún no noche, cuando empezé a rumiar los acontecimientos del día, tan prolijamente comentados en este texto.

Comentarios

  1. Gracias Javier, un alimento para el alma; especialmente tus secciones de literatura y, sobre todo, aquello más vívido como las rutas o fotografía.
    Siento que ya no vivimos en un pueblo tan inanimado.

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