YES: "FRAGILE" (1971)
Curioso que la gente crea que escribir sobre un disco sea exactamente lo mismo que escribir sobre un disco. Ahora, por ejemplo, he cambiado los objetos que habitualmente me rodeaban y la habitación ya no es la misma. He acercado a Yoko Ono, esquiné a Leonard Cohen - aunque mantuve frente a frente la pantalla una foto suya comprando snacks en un deli de Madrid - olvido momentaneamente a Jefferson Airplane mientras me sumerjo en las grabaciones de Ibiza Global Radio 97,6 FM - magnífico "Because" de Deep Josh - y aquel corazón del feto en el útero materno late a 126 beats por minuto.
Igual que fijar la vista sobre los tonos azulados de la cubierta de "Fragile" (así lo han decidido unos ojos que se empeñan en amanecer a deshora) de nada sirve si lo que queremos es contar toda la verdad de su color. No es lo mismo ahora. Aquel corazón del feto en el útero materno ha saltado sobre un estanque de nenúfares de plástico. Todo cambia mientras escribo.
Yes (y yo también yo, ¿por qué no?) podemos soportar este descontrol sin apenas alterarnos, como un espejo al que niegas tu mirada en la mañana sin devolverte tu mirada.
Y eso pasa porque "Fragile" (Atlantic Rcds, 1972) es un disco intemporal, ha superado las dudas de donde calocarlo, al final del índice alfabético, en el catálogo de obras prog, en la balda maniqueismo de todo vale a todo el mundo le gusta, escondido debajo del colchón de tu abuela para evitar que nadie te lo pida prestado sin devolución futura.
Hablan de él, de "Fragile", pero yo intento clasificarlo dentro de la obra global de Yes, cuarto álbum después de un terceto en el que "The Yes Album" del año anterior destaca particularmente con brillante luz propia de buhardillas escogidas, burguesas (pero sin mayor imagen que la toma desde un carrete de fotografía). De poco sirve. "Fragile" es un vuelo vertiginoso, el primer vuelo de Roger Dean hacia un planeta que después se desarrollará en varios planetas estelares de "Close To The Edge", "Yessongs", "Tales From Topographic Oceans" y "Relayer". De cada portada exterior e interior, de cada imagen, surge un espacio a cual más atractivo. Galeones voladores, insectos que reptan quietos, islas elevadas entre niebla y caminos imposibles, hongos en formación galáctica, acantilados abisales, bancos de peces psicodélicos, serpientes congeladas de liquen entre arquitectura de cincel gótico.
Sé que no la volveré a ver, quemaba hojas azules de otoño a ras de suelo mientras escucho el disco. No fue un sueño, se movía con la parsimonia de una mujer joven acostumbrada al silencio. "Roundabout" no deja de funcionar como un carrusel en el que los miembros de la banda al completo giran entorno a la noria que ella - la chica que me quemaba con sus ojos azules - contempla, me contempla ahora. Rick Wakeman, felizmente incorporado al grupo, ejemplifica su talento en "Cans And Brahms" adaptando un extracto de la Cuarta Sinfonía del compositor clásico alemán. En "We Have Heaven" Jon Anderson interpreta múltiples partes vocales hasta que la puerta se cierra con un portazo y alguien sale apresurado. "South Side Of The Sky", una nueva obra coral del grupo; sus ojos, ahora se los limpia de un polvo de maíz que el viento ha levantado, dibujan en el aire trazos dispersos, son soplos volátiles a veces, en otras ocasiones suenan como contundentes azotes mecánicos contra cafeteras de reluciente acero.
La banda aparenta conectarse de nuevo, los instrumentos van cogiendo calor en la introducción de "Five Per Cent For Nothing" mientras de Wakeman parte un acertado toque lounge. "Long Distance Runaround" funciona como un cuento para niños que costruyen su propia cabaña, algún día. Jon Anderson vocaliza el texto con esa convicción propia del relato infantil. La instrumentación, magnífica como el trote de avestruz que ataca, contrapesa esa sensación de ingenuidad. Excelente la inmediata conexión con "The Fish (Schindleria Prematurus)", aquí Chris Squire se luce como compositor, convierte la canción en un bálsamo, Jon le acompaña -nunca mejor dicho- en el sentimiento de paz. El excelente "Mood For A Day" de Steve Howe posee un toque acústico evidentemente español, las cuerdas de su guitarra parecen emparejarse con un Paco de Lucía que pasaba de visita por el estudio de grabación.
Los más de 10 minutos de "Heart Of The Sunrise" epitomizan el valor intrínseco de "Fragile", un compendio de vibrante virtuosismo compositivo e instrumental de cada uno de los miembros de la banda. Ecos de pájaros de fuego, lava incandescente, fulgor y sangre, empuje del sudor aun caliente, el grupo alcanza su cima creativa en este tema final. Pero hay más, como contrapunto a esa sensación de rock flamígero flota una percepción de ascenso hacia un paraíso de percepciones cósmicas - la voz de Jon Anderson posee esa única cualidad de alcanzar a la caza en vuelo. La potentísima estructura instrumental del tema enriquece la composición de forma imparable, tanto que, al final del propio tema, no tienen los productores más remedio que recurrir a un sample repetitivo para dar por concluida la grabación.
Amanecí y calló el mundo. Un inesperado eco lounge se apodera de la habitación. Estuve escuchando música mientras caía el agua de la ducha, masaje dulcísimo. La miel se dispersa entre las galletas, siento el calor tenue del sonido del té en mi garganta, creo recordar algún solo de Charlie Parker mientras limpio las baldas de la librería, gotas iluminadas de Grace Slick me persiguen si camino despacio, no como ahora. Encuentro "Fragile" de Yes en cualquier lugar inesperado, entre las páginas de algún comic, detrás de un retrato de familia, al dar una palmada, cuando bajo la persiana de neón. Así de grande es.


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