DE COLLADO A NAVACERRADA
Segunda salida del Hermano Lagarto en uno de los primeros fines de semana de Febrero. Esta vez el camino elegido fue el que une Collado Mediano y Navacerrada por el Paseo de la Dehesa. Los augures celestiales no presumían un día radiante de sol, y afortunadamente menos de moscas. Efectívamente, compactas nubes rajaban el vientre del cielo con sus astillas quemadas de ceniza, e iban cambiando caprichosamente según el frio viento las empujaba de uno a otro lado.
A veces mariposas gigantescas, extendiendo sus alas oscuras hacia el horizonte, otras nítidas pinceladas blancas dividiendo la bóveda celeste a su antojo, haciendo refulgir un azul etéreo entre los perfiles de las montañas, fueron las grandes protagonistas de la jornada.
El campo, de un verde apagado por la falta de luz, lleno de agua, de hielo y algo de nieve, se mostraba amplísimo pues, una vez el senderista se adentraba en el mencionado Paseo de la Dehesa, ya cubierta la ascensión al depósito de agua de la villa de Collado, tenía a su izquierda la majestuosa visión del valle que une este pueblo con Navacerrada en su vertiente norte.
Y, a la vuelta hacia Collado, atravesando de frente el valle, por aquel de no seguir en lo posible el mismo camino de vuelta, ya el campo mostraba otros colores más atrevidos; la luz del sol se adueñó de la tarde, y sus reflejos tornaron las horas en amigables compañeras.
Mención especial a las piedras, más bien a los bloques graníticos que vigilan desde el collado del Castillo a Collado Mediano. Gigantes horadados por el capricho del tiempo, sus formas son trasunto de arquitecturas elementales, esculturas que remarcan la solidez de la raza serrana.
Tambíen recuerdo singular al agua, elemento homogéneo agolpado con gran profusión en el embalse de Navacerrada, al pie de la villa del mismo nombre. La luz del sol, que a la hora del almuerzo, chocaba en dirección contraria a la posición del Hermano Lagarto, hizo que brillaran reflejos del astro entre sus orillas y la atmósfera adquiriera un ambiente de cierto misterio gótico.
Epílogo obligado para la bella población de Navacerrada, tantas veces transitada en bicicleta con el gran guía Old Winnetou. Recorrer sus calles sin prisa, pisar su adoquinado silvestre y llegar a sus esquinas casi recónditas, siempre recompensa al senderista. Algunos impresionantes documentos gráficos así lo atestiguan.
A veces mariposas gigantescas, extendiendo sus alas oscuras hacia el horizonte, otras nítidas pinceladas blancas dividiendo la bóveda celeste a su antojo, haciendo refulgir un azul etéreo entre los perfiles de las montañas, fueron las grandes protagonistas de la jornada.
El campo, de un verde apagado por la falta de luz, lleno de agua, de hielo y algo de nieve, se mostraba amplísimo pues, una vez el senderista se adentraba en el mencionado Paseo de la Dehesa, ya cubierta la ascensión al depósito de agua de la villa de Collado, tenía a su izquierda la majestuosa visión del valle que une este pueblo con Navacerrada en su vertiente norte.
Y, a la vuelta hacia Collado, atravesando de frente el valle, por aquel de no seguir en lo posible el mismo camino de vuelta, ya el campo mostraba otros colores más atrevidos; la luz del sol se adueñó de la tarde, y sus reflejos tornaron las horas en amigables compañeras.
Tambíen recuerdo singular al agua, elemento homogéneo agolpado con gran profusión en el embalse de Navacerrada, al pie de la villa del mismo nombre. La luz del sol, que a la hora del almuerzo, chocaba en dirección contraria a la posición del Hermano Lagarto, hizo que brillaran reflejos del astro entre sus orillas y la atmósfera adquiriera un ambiente de cierto misterio gótico.
Epílogo obligado para la bella población de Navacerrada, tantas veces transitada en bicicleta con el gran guía Old Winnetou. Recorrer sus calles sin prisa, pisar su adoquinado silvestre y llegar a sus esquinas casi recónditas, siempre recompensa al senderista. Algunos impresionantes documentos gráficos así lo atestiguan.
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