GUADALUPE PLATA
De vez en cuando acontece que cuando uno va a un evento del tipo que sea suelen ocurrir fenómenos imprevistos. A mí me pasó el día 22 de Febrero cuando asístí al concierto de Guadalupe Plata en la sala El Sol de Madrid. Suelo en este tipo de acontecimientos, y más cuando preveo que van a ser multitudinarios, como así fue, llegar con cierto tiempo para coger sitio.
La sala El Sol es un recinto más bien tirando a pequeño y con buena visibilidad. Dado que me encuentro a la altura media nacional, 1,76 centímetros, prefiero siempre, para evitar espectadores situados justo delante mío, colocarme en una tarima que la sala tiene al fondo a mano izquierda. Al grupo se le suele entonces ver de lado pero se domina la situación óptica con cierta comodidad.
Y efectívamente conseguí llevar a cabo mi plan mientras observaba, regocijado, como la sala se iba llenando. En el momento en que se iniciaba la actuación de Guadalupe Plata tenía en la tarima una persona delante, algo más baja, por lo que no me molestaba su presencia. La distancia que nos separaba era de apenas un paso. Pero, hete aquí, que cuando ya sonaban los primeros acordes de la banda se me "cuela" literalmente en ese minúsculo espacio una agerrida muchacha, espesa cabellera suelta que agitaba con frenesí, ya que tengo que decir que a la criatura le gustaba bailar y la música del grupo invitaba a ello.
La mayor parte del concierto, educado que es uno, la pasé soportando sus contorneos de caderas y aspavientos de brazos que, en muchas y repetidas ocasiones, chocaban contra mi casi oblonga condición física. ¡Menos mal que sa había lavado la melena y olía aun a champú!. Tuve, en el fragor de su desmelene, que apurar rápidamente la cerveza bajo la amenaza de que acabara la botella por los suelos. Pero llegó un momento en que se me acabó la paciencia y, en un descuido, pude cruzarme de brazos, afilar los codos y defender a todo tranze en mínimo espacio de supervivencia.
Al final mi táctica dio algo de resultado y la ninfa bailonga, al notar la aspereza de mis protuberancias óseas, paró de moverse y viendo que en la platea aun tenía un hueco para seguir su desmadre, se bajó de la tarima y continúo sus exorcismos brujeriles en otro sitio. Lo malo es que esto casi ocurrió al final del concierto y el sabor final que me quedara tuvo más que ver con el fragor de una batalla, que yo no buscaba, que con la fiesta y regocijo que conformaban mi primera intención.
En el próximo concierto, ya lo tengo decidido, me iré directo a la barra del local, me apoyaré en su cómodo saliente y, entre birra y birra, gozaré sin sobresaltos el acontecimiento musical de turno. ¡Ah!, los Guadalupe Plata creo que estuvieron muy bien.
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