II RUTA BAROJIANA
No desde hace mucho, cada 28 de Diciembre, además de celebrarse el día de los Santos Inocentes (cruel evento quizás más creíble ahora con los actuales bombardeos en la ciudad siria de Alepo), nuestro solitario guía rutero conmemora la fecha en que don Pío Baroja, el único tal moldeado, el auténtico especimen libertario, vio la luz primera en este mundo, allá en la ciudad de San Sebastián, año de 1872, cosa tan antigua que nos parece ya más estampa de "La Ilustración Española y Americana".Y en esa fecha señalada un pequeño grupo de admiradores del escritor guipuzcoano, su recuerdo siempre perenne, nos juntamos alrededor de la estatua erigida en la cima de la Cuesta de Moyano de Madrid para rendirle un merecido, trashumante y peregrino homenaje.
Ruta cuyo guión se articula como un "flashback" cinematográfico, un retorno consentido, un camino inverso en la historia del escritor como vecino de Madrid. Desde esa cuesta de Moyano, con sus casetas de madera de libros de viejo y usados (que él ayudo a asentar definitivamente en ese lugar), paseando brevemente por un Retiro coloreado por un tibio sol de final de diciembre, recorriendo los distintos domicilios donde habito don Pío, empezando por el último, los primeros en el ecuador de la ruta, al final el hogar intermedio de su estancia en Madrid. Todo un ejercicio que emulaba, a la inversa, aquellos recuerdos que su sobrino Julio Caro Baroja dejó escrito en sus memorias: "Salíamos pronto. Casi después de comer. Nos metíamos calle Mendizabal abajo, en el anchurón destartalado de la Plaza de España y por la calle Leganitos subíamos hasta la Puerta del Sol. De allí, siguiendo la calle de Alcalá, alcanzábamos la Cibeles y de la Cibeles íbamos hasta Atocha, a la feria de los libros del Botánico". ("Los Baroja")
Calle entonces de Ruiz de Alarcón, hay una elegancia clásica en todos los portales, balcones, aceras y esquinas del barrio de los Jerónimos, su último y quizás más conocido domicilio en Madrid. Un hombre de 70 años, ya derrotado en los albores de la década de los 40, se asienta náufrago en esa España helada de la postguerra. Tiene aun alguna fuerza para componer su magna obra memorialística ("Desde la última vuelta del camino" en tres tomos) y ejercer como anfitrión de una de las más celebradas tertulias de la época. Una literaria, que bien poco le importaban a un don Pío, ajeno completamente al devenir de la vida cultural de esos tiempos, la otra organizada a la lumbre de sus mejores amigos de entonces, pocos íntimos pero mucho más jocosos y ricos en anecdotarios.
En la siguiente elipsis temporal nos acercamos a la Puerta del Sol, registro infalible de la vida nacional, de entonces y de ahora también, y desde allí deambulamos por los primeros domicilios en los que habitó inicialmente la familia de don Serafín Baroja y doña Carmen Nessi, padres de don Pío. Nos detenemos en el número 2 de la calle Misericordia, caserón aledaño del impresionante Monasterio de las Descalzas Reales, donde nuestro protagonista vivió su juventud y escribió los primeros libros de su trilogía "La vida fantástica". Caserón ya inexistente, cuyas sombras antiguas ya no rememoran el aroma dulzón de la pastelería "Viena Capellanes", regentada entonces por su familia, sus perfiles urbanos sustituidos por un precioso edificio novecentista que afortunadamente alberga una conocida librería, no pudiera haber sido mejor el recuerdo y homenaje.
Corre un viento helado mientras bajamos por la calle Leganitos hasta el anchurón de la Plaza de España, que cruzamos ateridos por aquellos fantasmas del otoño de 1936, los mismos que bombardearon la postrera casa que visitamos hoy, la de la calle Alvarez Mendizabal en el barrio de Argüelles. Domicilio que comparte don Pío con su hermano Ricardo, la familia de su hermana Carmen y su madre. Hogar también de la imprenta Caro Raggio y de aquel escenario teatral , "El Mirlo Blanco", plataforma de un don Pío muy poco conocido como dramaturgo aficionado.
El último esfuerzo, ya nos posee un cansancio feliz (y un hambre que reclama su peaje), para dirigirnos al antiguo Cuartel de la Montaña, actual cerro que acoge un Templo de Debod de cromos y turistas, mirador que alargaba la vista hacia los arrabales del Madrid de primeros del siglo XX. Fronteras donde se asentaba la vida, muchas veces miserable, de las clases populares de entonces, tan bien reflejadas por don Pío en su trilogía "La lucha por la vida". Cruzamos de nuevo la calle Ferraz para dirigirnos a la Plaza de Guardia de Corps, destino final. Un sinfín de hojarasca baila a nuestros pies empujada por un viento irreductible. Nos esperan los vinos y las tapas que premiarán una ruta, la "II Barojiana", que sirvió de humilde homenaje al mejor escritor posible, don Pío Baroja y Nessi.
Un maestro sin par, Baroja. Acaso imagines, Javier, que "Las inquietudes de Shanti Andía" es mi obra favorita del escritor, con esas maravillosas descripciones que la jalonan y su sentido de la aventura tan peculiar y libertario, como nos recuerdas al hablar del autor vasco-madrileño. Precioso texto, Javier; y preciosa ruta que espero hacer contigo alguna vez.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigo Gonzalo, voy a convocar dos nuevas rutas barojianas para el 11 de este mes y el 22 de febrero. Ya me gustaría que te apuntaras. Baroja es, junto a Galdós, Unamuno y Valle Inclán, mi escritor favorito. Me puedo pasar horas hablando (u oyendo hablar) de él. Tengo que volver a "Shanti", hace años que no le saco de paseo.
ResponderEliminarAbrazos,
Javier.
Joer Javier, me has dejado flipado con este post. Hace mucho tiempo que no leo a Baroja, demasiado, intentaré empezar por ese "Shanti". Ojalá algún día pudiera apuntarme con Gonzalo y contigo. Un abrazo.
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