¡VIVA LA ANARQUÍA!
PÍO BAROJA "AURORA ROJA"
"...llevaba a sus corazones una deliciosa calma...", es la última frase de "Mala hierba", segundo libro de la trilogía "La lucha por la vida" que enlaza con la sencilla descripción del entorno del nuevo hogar de Manuel Alcázar en el tercer y último libro de la trilogía, "Aurora roja",... "La casa estaba en una plazoleta sin nombre cruzada por la calle de Magallanes, cerca de unos antiguos y abandonados cementerios". De una sensación liberadora inflamada por la "idea", trasunto de la anarquía más primaria como fuente de felicidad futura, a la imagen concreta de un marco hogareño que, para el protagonista principal de la novela, supone el fin de sus correrías de golfo y el establecimiento de una mentalidad normal y burguesa. Y momentos antes, como prólogo, en un escenario de fortísima escenografía naturalista, la rebeldía de Juan Alcázar, hermano de Manuel; su huída (campo a través) del seminario y su peregrinar por París y Londres, antes de llegar a Madrid, ya artista con cierto reconocimiento internacional y, como el otro fiel de la balanza, héroe del anarquismo más puramente consciente, el de la bondad humanitaria y el sacrificio personal.
Permítaseme entonces decir que son dos entonces las verdaderas "estrellas cinematográficas" de "Aurora roja" (y no hablo de forma trivial cuando empleo el calificativo fílmico...). Manuel, el principal personaje desde el inicio de la trilogía ("La busca") y su hermano Juan. El primero, continuando en su estela de hombre sin energía anímica, pero ya resuelto definitivamente al trabajo metódico y a la normalidad burguesa, el segundo, artista que renuncia al reconocimiento de una sociedad que detesta para caer en brazos de la idea anarquista y de su propaganda. Cada uno de ellos, por separado a veces, otras en conjunción, interpretando sus papeles en un marco geográfico de gran calado visual. La ciudad y su ámbito puramente callejero, tanto en su centro como en su periferia, su latido ambiental y climático, sus habitantes y las pequeñas (y grandes) historias de todos aquellos a los que les cabe en la novela un cierto protagonismo. Sus desplazamientos por los escenarios puramente urbanos, sus contactos con las gentes y atmósferas de cada lugar, el jaleo del tipismo público y la soledad del recogimiento interno, todo ello conformado en una suerte de observación filmada, una mirada de celuloide con secuencias vivas y convincentes.
Al lado de ellos, como un contrapunto necesario, las mujeres. La Salvadora y la Ignacia. Trabajadoras incansables, amante en su pretensión aun no conseguida la primera con Manuel, regidoras ambas del hogar que va progresando en el orden burgués y económico, heroínas de una normalidad doméstica que no olvida sus raíces de clase y condición menestral. Sus papeles quedan enmarcados muchas veces en la tópica acción de mansedumbre femenina, otras, con sus silencios, miradas y comentarios, convienen en una especie de pacto que protege y promueve la percepción de una familia no del todo ensamblada, en un futuro (con el matrimonio de Manuel y la Salvadora) ya plenamente conseguida. También, a su pesar en muchas ocasiones, cómplices en la aceptación de unas costumbres de cierta tolerancia hacia los comportamientos erráticos de los hombres, sabedoras de la intrínseca naturaleza aventurera del género masculino.
La acción de los protagonistas Manuel y Juan bascula entre el asentamiento burgués del primero y la generosidad humanitaria del segundo, ambas encuadradas en un ambiente narrativo donde el conocimiento del ideario anarquista toma una vigorosa carta de naturaleza. Y es esta una de las tramas más singulares y apetitosas de la novela. Hay entre sus páginas una épica de la historia anarquista española, tan ligada inicialmente a la teoría de Bakunin y a las acciones de sus compañeros franceses e italianos, explicitada en breves pero jugosos párrafos. La dicotomía entre el ideario socialista y el anarquista, compendio de la acción organizada el primero, ejemplo de la pura espontaneidad revolucionaria el segundo, aparecen perfectamente delimitados en la novela. La crónica de los distintos acontecimientos en los que los activistas anarquistas intervienen, desde la visita a España de Lafargue (cuñado de Karl Marx) hasta el atentado y muerte de Cánovas del Castillo en el balneario de Santa Águeda a manos de Angiolillo, remarcando el papel fundamental de la Barcelona libertaria de finales del siglo XIX y las acciones anarquistas acaecidas en la capital catalana y en Madrid (sin olvidar a la Mano Negra andaluza y a la represión gubernamental), se relatan en la viva voz de los compañeros ácratas que acuden a las reuniones en la taberna de "La Aurora", Prats, El Libertario y El Madrileño, actores de reparto que sostienen parte del andamiaje ideológico de "Aurora roja"
Parte del armazón ideológico, digo, porque el otro se sostiene en las propias ideas que el Baroja de principios de siglo nos descubre como propios (aunque se sirva en esta ocasión de la voz de otro personaje, Roberto Hastings, que aparece en las tres novelas de la trilogía). Su feroz individualismo le lleva a aceptar la idea del anarquismo como síntoma natural del pueblo español, también tremendamente individualista y perezoso. La democracia en sí no es más que un medio para conseguir un estado final en el que el despotismo, autoritario e ilustrado (la aristocracia de los dirigentes cultivados), conseguirá poner orden a los siglos de retraimiento y consecuente paralización nacional. La lucha, la acción y la audacia deberán ser la dinámica personal, la educación individual, que conseguirá la creación de un hombre nuevo, libre de las ataduras del Estado, de la religión, de las leyes y de la opresión secular. La libre concurrencia (competencia) personal y social servirá de elección para una minoría que llevará el timón de la nación y para unas empresas que, fruto del impulso del profuso maquinismo industrial y del librecambismo, propiciarán el enriquecimiento del país. Muy anglosajón y autoritario, como se sabe, don Pío en esos años.
Y mientras ese tablado ideológico conforma una parte muy importante de la novela, nuestros protagonistas, (también la ciudad de Madrid, siempre presente) se encuadran en la secuencia narrativa propia del Baroja más clásico, un vigoroso entramado de acciones y escenarios cobran potente luz propia. Tapias de cementerios, sacramentales, mendigos dispuestos al proselitismo, otros muertos y abandonados en descampados, prostitución, merenderos a la orilla del Manzanares, antiguos amigos y delincuentes perseguidos y ajusticiados, polizontes, espías y delatores, imprentas (paradigma obrero del primer socialismo madrileño), borracheras y parrandas nocturnas, tentaciones y victorias, enfermedad y muerte de Juan, su entierro en el cementerio del Este, tan similar en su trayectoria urbana, tan premonitorio en su ambiente y significado con el propio de Baroja 52 años más tarde. El último discurso de despedida de El Libertario. Vuelta por carretera hacia Madrid. "Había oscurecido"..., sus últimas dos palabras, marcan el tono pictórico del final de la novela.
Colorido que, al igual que en las dos anteriores novelas de la trilogía, no se priva Baroja de trazar. Verdes en las copas de los árboles, cielos azules con el fondo blanco final del Guadarrama, blancas líneas de niebla subiendo desde las orillas del río, noches arrojando puñados de ceniza sobre el paisaje, luz incandescente de Agosto donde nadan los corpúsculos de aire, crepúsculos de nubes de púrpura, sonidos lejanos de esquilas de rebaños...Baroja, como en anteriores ocasiones en la trilogía, se hace con la paleta y dibuja unos contornos de encendida luz poética, de ambientes donde la sensación del lector es más visual que otra cosa. Conjunto entonces de percepciones que completan toda una red hipnótica. Personajes vitales, paisajes persuasivos, realismo narrativo, naturaleza efervescente, filosofía y experiencia, color. Arde o se inunda de agua una atmósfera de riquísima representación interior. No hay fin de la película, es solo literatura.
Mudhoney y Baroja, Javier, buena pareja (por lo que veo que escuchas estos días). Apasionante la relación del anarquismo con el socialismo y las reflexiones de Baroja, más para alguien como yo, comunista, disciplinado en lo colectivo, ácrata en lo personal y con muy queridos amigos libertarios. En fin, veo que sigues disertando con mano maestra sobre Don Pío. Un placer que así sea.
ResponderEliminarAbrazos.
Lo que hace grande a la novela, además de su riqueza literaria, es la versión de Baroja en cuanto a la diversificación del pensamiento y acción de la izquierda española de entonces. Entonces se parece más a un libro de divulgación histórica, muy enriquecida por las connotaciones humanas que otorga a sus personajes comprometidos con sus causas políticas.
EliminarGracias y un abrazo,
JdG
Debo corregir la falta de lectura esta temporada y más aún la ignorancia en la lectura de esta trilogia de Pio. Gracias por recordar que debo volver al redil
ResponderEliminarEl redil de la literatura, ya lo sabes, no deja de ser un excelente prado. Al poco tiempo te das cuenta que no debes salir de él.
EliminarGracias y saludos,
JdG
Desde los lejanos tiempos en que la lectura era habitual siempre pensé que debía completar "La lucha por la vida". Con este supertexto la "Aurora roja" brilla mucho más. Un fuerte abrazo Javier.
ResponderEliminarCompleta la lectura de la trilogía en cuanto puedas Johnny. Recomendación de amigo.
EliminarGracias y un abrazo,
Javier.
No lo he leído. Me quedé en Zalacaín. Pero lo tengo pendiente. Es que noveas cómo absorbe Unamuno, Javier... Me alegra leerte.
ResponderEliminarPues si te absorbe Unamuno, escritor que toca muchos más palos que Baroja, cuando te metas a fondo con éste último no serás capaz de dejarle. Baroja es más paisajista que Unamuno, más externo a primera vista, pero en el fondo su visión de la vida es más pesimista que la del bilbaino.
EliminarGracias y saludos,
Javier.