RECUERDO DE PORTUGAL
ANTONIO LOBO ANTUNES "YO HE DE AMAR UNA PIEDRA"
Después de un largo período de sequía, climática y de producción, vuelvo a las andadas para mayor agravio de mis pocos lectores. Sequedad impuesta por los propios caprichos de la existencia que, si bien me ha mantenido relativamente ocupado con la organización de ciertas rutas literarias e históricas, también me ha anestesiado en una especie de "dolce far niente", velado estado de semi-inconsciencia donde los días pasan sin apenas gloria y con mayor pena. La reivindicación de la pereza, se da uno cuenta según avanza en la edad, debería quedar exclusivamente señalada para aquellos que, de tanto camino que les quede por recorrer, puedan permitirse el sumar sin más un día a su calendario, ajenos al hecho de llenarlo con mayor o menor contenido. Lamentablemente ya no es mi caso.
Y entre las ocupaciones que me han entretenido durante estas últimas semanas quisiera recalcar la lectura de un libro de Antonio Lobo Antunes, escritor que se encuentra junto a Pessoa, Saramago y Eça de Queirós entre mis favoritos del país vecino. "Yo he de amar una piedra" es su título y fue publicado originalmente en el año 2004, el mismo en el que también salió a la luz su magnífica obra "Buenas tardes a las cosas de aquí abajo", de muy grato recuerdo.
Lobo Antunes no es un escritor en absoluto fácil. Su estilo está basado en una suerte de narrativa que mezcla acciones sin aparente continuidad, indagando en escenarios que a simple vista no guardan relación entre sí, y que obliga al lector a un esfuerzo continuado de atención e interpretación. Si además añade a esta dificultad un (des)lineamiento de actuaciones y pensamientos concatenados, que asíduamente suponen una fractura expositiva y un salto geográfico entre frases, palabras y diálogos, el lector se halla las más de las veces en un territorio donde los anclajes convencionales de interés por el texto pueden quedar fácilmente pulverizados. Valga un ejemplo cogido al azar, página 368:
...
"(la linterna
-Dentro de poco un aguzanieves)
y con la aguzanieves el mar o sea no exactamente olas, no exactamente peñascos, no exactamente paquebotes, un cambio de viento, qué viento, una alteración de la luz, una agitación distante, la linterna a mi
-El mar
y debía ser el mar, era por fuerza el mar porque una mujer"
...
Vuelto a leer el texto, dos o tres veces, y es algo que ocurre constantemente, el lector va encontrando dentro del aparente desorden un significado algo más claro y nítido, aunque en su totalidad muchas veces germine también una pequeña larva de desasosiego. Nos invade una especie de inquietud ya que el resplandor no es suficientemente explicativo; no nos es dado aprehenderlo o entenderlo en su integridad ni siquiera con varias lecturas. Acción, pensamientos instantáneos, sensaciones físicas, ligamen de símbolos, abismos entre palabras, algunas de ellas sirven de amarre cuando la descripción queda demasiado diluida, lo mismo ocurre a lo largo de todo el texto con párrafos enteros que, gracias a la bondad perentoria del escritor, permiten al lector un cierto seguimiento racional.
Y cuando ese desgarro del estilo, que cabalga por el libro desbocadamente, se incrusta en mi interior me permite jugar al mismo juego al que se entregan los personajes de la novela, el recuerdo. Van pasando las páginas, el hilo del argumento da fuertes puntadas o, en no pocos momentos, se torna en un filamento apenas visible. Mi imaginación vuela entonces con los personajes de la novela hacia otros ámbitos, los míos propios, mis recuerdos personales que se entremezclan con los de los protagonistas en sus distintos escenarios, fotografías, consultas (parte del ambiente sucede en hospitales, decorados donde Lobo Antunes, médico, se mueve como pez en el agua...), visitas familiares, últimos relatos con los que finaliza el libro.
El lector que ya conozca a Lobo Antunes compite con indudable ventaja frente a aquellos que se asomen a él por primera vez. El lisboeta se posiciona, como el pintor ante un cuadro, con un lienzo vacío de contenido que comienza a rellenar por la esquina más inesperada. Sus siguientes trazos ocurren en un ángulo completamente contrario, con trazos también disconformes y colores antitéticos a los primeros empleados. Salta al centro y pergeña un esbozo de perfiles abstractos que parecen opuestos entre sí, recula constantemente hacia un origen que cambia con cada imagen, crea entre tanto una tenue red de araña que va sedimentando un guión peculiar que, poco a poco, va enmarañando al lector. Otras veces, cuando el aguijón de la comprensión parece preparado, suelta inesperadamente a su presa y deja que camine libre, siempre por un filo aguzado por el ansia de conocer el siguiente paso.
Magnífica la traducción de Mario Merlino para la edición de abril de 2006 en DeBOLS!LLO, Barcelona. Digna de reseña la labor de Merlino cuando, como es el caso, es éste un libro que en tantos instantes combina el puro relato de la acción con el pensamiento más diluido, la palabra repetitiva que se retrotrae hacia tiempos pasados, embarcando, de igual manera, a los protagonistas hacia un presente que requiere, deliberadamente sin lograrlo, concisión y fijeza. Su "modus" de traducción coincide plenamente con el espacio original que pretende imponer el autor portugués y esto, a la larga, facilita si cabe su lectura.
Este lector tuyo celebra tu (eterno) retorno y espera verte esta noche junto al querido DJ Carlos Savoy Truffle. Has picado —y mucho— mi curiosidad de amante de Faulkner y Martín-Santos, por ejemplo.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier.