MUDANZA Y OTRAS HISTORIAS.
Se sufre una mudanza con el ánimo medio apocado, fruto de la falta de preparación. Es tan alto el alcance de material acumulado en la casa que se deja. Y cuando se va embalando, lo recuerdas. Ese momento que refleja la copia original de un concierto en Rock-Ola, años 80, qué más da el año exacto. Una piedra del camino hacia un paisaje de montañas románticas. Suena hora el "Gunga Ding" de The Byrds y todo parece encajar con los hilachos de Penélope. Cualquier variación sufrida en estos últimos días ha tenido más que ver con la geografía de los pequeños objetos. No quiero ya ninguna representación que no sea un polvo desmesurado. Ni siquiera volando cuando los Skin Alley soplen el saxo tenor de forma tan contundente en "Living In Sin", ni siquiera entonces.
Me gustaría representar el papel de Laura Nyro. El de una mujer que se sintiera como yo ahora, una sacramental inmundicia. Las trompetas de Jericó derribaron ciertamente las murallas, solo con aplicar la tecla trás tecla se llega a Salinas, aquel pueblo al lado de la costa asturiana, con ese restaurante a pie de carretera, donde desde la plenitud de la ventana inmensa me bebí un glorioso gin-tonic, y eran solo las 3 y media de la tarde. En aquellos años conducir coches no estaba todavía prohibido. Más que nada por la radio, Radio 3 emitía entonces un programa de una a dos del mediodía. Fue entonces cuando me enamoré de aquella reina misteriosa, la que canta Barbara Hudson en "(Ballad of the) HIP DEATH GODDESS", bajando desde San Sadumiño hasta Vilalba.
Ella fue la que me condenó a la soltería del casado desde hace 30 y muchos años. Te atrapa su vagina celestial. Convertida en voces inexpugnables, su eco te ha perseguido durante toda tu vida. Desde aquel momento en que mi hermano con un perrito de mostaza que aseguró que Dios es una mujer me convenció. Le miraste callado. Había todavía un tufo agradable a especias comerciales, aquellas de cafetería acoplada como negocio lapado a una discoteca de moda. Aseguro que la distancia que nos separaba entre la salida de la mudanza y la terminación era simplemente la música, era un auténtico tormento perder una o dos semanas sin escuchar apenas nada. Ese fue mi mayor sufrimiento. Ver como mis dedos tomaban protagonismo y se hacían cada vez más nervudos.
Cuentan que desde una cierta distancia Janis olía bien. Las manos se me abrían hacia las escaleras de Odesa cuando Eisenstein rodaba la patética escena, no la de las gallina de la granja de Lousiana, aquella parecida al paisaje de "¡Absalón, Absalón!". Allí no tenía apenas nada que hacer, solo regodearme en el olor del pétalo sumiso. Una especie de güano maravilloso concentrado en las serranía de Valsaín, aspirando hacia el cielo su aire de metano iconoclástico, perpetua segismunda apocada en una habitación de ávila, lejos de las murallas, si con minúscula. Se acumulan los recuerdos durante las mudanzas, todo tipo de ecos caen rodando o ascienden repentinamente. Se pareciera a una banda de percusionistas afroamericanos, con la piel de centeno viejo esperando callada en sus ojos.
Que buenos esos momentos de la mudanza, yeah. Esas nuevas esquinas que solo saber hacer los libros juntos entre sí, apilados sin un orden previsible, dice de una forma poco académica José Auraçao natural de Minas Gerais, uno de los armarios humanos participantes en el traslado del más pesado mobiliario. Otros presentan una máquina de sudor de cumbia colombiana, unos tonos de piel de naranjero pasado y ojos de venta de Sierra Madre, de Juan Rulfo. Efervescencia que sobrepasa el concepto escrito de una jornada desagradablemente preparada por el destino cruel de trabajar todo el día además a destajo. Se te aparece como si la vida fuera así de tontamente sencilla , recoger velas para volverlas a izar, me imagino que esa sería la opinión de algún vasco que otro..
La conquista de la nueva casa debe hacerse de sopetón sin nada de mosqueos ni malas posturas hacia las nuevas paredes que pueden incluso sorprender con sombras y nuevos colores. Las cajas se apilan de manera ordenada para cambiar de una habitación a otra sin motivo lógico aparentemente. No se siente todavía nada en los primeros momentos, quiero decir ningún apego sentimental, solo intentas no molestar demasiado a los vecinos si es que existen porque ninguno ha asomado la nariz desde que apareció el camión de mudanzas. Es cuando llegas a la cama cuando realmente no llegas a alcanzar ningún sitio, mientras el bajo de Richard Nese de Ultimate Spinach se empeña inaudito en seguir trepanando tus tímpanos pasadas las dos de la mañana, casi nueve días después. Pero los ecos persisten, en cada paso a paso de los tés y mermeladas en la nueva cocina que ha quedado muy bien.
No hay suficiente música que abarque todo lo que el aislado comediógrafo de estraperlo pueda pretender, lo digo por uno de los sueños imposibles que pude tener estas noches y no he tenido. Si recuerdo uno que consistía en comer muchas plantas y palabras, más que comerlas quedaban cortadas por unas extrañas tijeras y casi todas las palabras eran de color naranja. Todo el tiempo esperando que llegara este momento de la primera sesión irreverente y nocturna, de música extrema hasta que los invitados de mañana, creo que es cierto, aparezcan por la puerta y no quisiera apenas asomarme por corte a que vean mis ojos atormentados. Es tanta la ausencia del olor del vinilo y de los cartonajes de esquinas de fábricas en las que trabajaba gente con el pelo largo, allá a mitad de los 70, cuando el equipo de rugby de Gales tenía de zaguero a Williams y de medio melé a Edwards, que no añoro aun el sonido del grillo en mi antiguo jardín.
Quisiera acabar en la casa, nada de muebles inútiles y de adornos y vivir en un recinto vacío con un único eco que recogiera solamente la lluvia de la ducha por la mañana. Nadie alrededor de mí y sin sentir cosas raras, ni demasiada hambre, aunque alguna gana de salir a pasear eso si. Descubrir la razón del que quiere leer otra cosa tan distinta a lo que escribo ahora, el que apenas leyó el primer párrafo y pasó blog. El ser otra casa es ser otro y quizás mejor, voy a luchar por ello. Vivo en aquellos días en que previsiblemente no se encuentre más destino que seguir en la mudanza perpetua, desde la nueva ventana viendo un nuevo cielo y un nuevo pino gigantesco, nubes de un cielo que rosea mi ventana continuamente. Hacer de cada día una sorpresa de identidades y espejos a los que no deseo lo mejor, ahora cuando ya la edad empieza a llamar a una puerta extraña.
El polvo ya está asentado en el suelo de madera de una forma habitable, es como parte de la casa. Los discos de las estanterías parecen sufrir una suerte de congestión, como que dan cierta pena, tan apretados. Pero a la mañana flota en la nueva casa un aire que nadie ha respirado antes, las paredes neófitas tienen tantos días por delante que se niegan a ser espejos ni sombra de nadie que haya pasado por allí, nadie ha transitado hasta ahora por ese adverbio. Todo es tan espontáneo como imprevisible, aun no se han establecido límites tampoco se han roto vajillas. Las cosas nunca han dejado de manifestarse tan cosas, y con esa sensación de voces escondidas en esos solos de guitarra de Jorma Kaukonen en su "Funky Nº7", me asaltan a cada trecho aquellos momentos que ya viví en el caparazón de un tipo parecido a mí.
Es por eso porqué la primera ruta de la mudanza es la interior, la de intentar librarte de la abrumadora rutina pasada de materiales de desecho, y encontrar un hueco para deambular desnudo por la casa, sin buenas costumbres ni intenciones, ni principios generales del derecho. Es por lo que escribo estas líneas.
Es por eso porqué la primera ruta de la mudanza es la interior, la de intentar librarte de la abrumadora rutina pasada de materiales de desecho, y encontrar un hueco para deambular desnudo por la casa, sin buenas costumbres ni intenciones, ni principios generales del derecho. Es por lo que escribo estas líneas.
Escribe Richard Ford en "Canadá" que "Es un misterio como somos. Un misterio". Que tu misterio se mantenga en la nueva casa y llegue a tus palabras en cada entrada.
ResponderEliminarOngi etorri, Javier.
Le tengo ya echado el ojo a ese libro de Ford en la estantería del pueblo, a penas a cinco minutos andando desde mi nueva casa. Esa mención tuya hará que caiga inexorablemente.
EliminarAbrazos,
Javier.
Un texto mmaravilloso Javier, como siempre, da gusto leerte y sentir los abatares de una mudanza que trae consigo recuerdos y alusiones a desconocidos que marcan el camino de uno, incluido Eisenstein.
ResponderEliminarQue todo siga viento en popa.
Abrazo.
Gracias Addi. Se acumulaban durante la mudanza tantos recuerdos y cosas dispersas por la cabeza que decidí darles salida y que saliera el Sol por donde le diera la gana.
EliminarAbrazos,
Javier.
Y grandiosas líneas, siempre un lujo leerte, con tus mudanzas o sin ellas. Abrazos.
ResponderEliminarGracias ché! Me tengo que poner ya con tus cosas, pero ya.
EliminarAbrazos,
Javier.
No conocía tu blog, le voy a echar un vistazo, aunque soy poco (nada) lector.
ResponderEliminarBueno, esto era la excusa para enviarte un saludo desde el Alto Aragón.
Jose
Muchas gracias josé por tu interés.
ResponderEliminarSaludos,
Javier
Muchas gracias josé por tu interés.
ResponderEliminarSaludos,
Javier