PARA LOS MENOS
MARCEL SCHWOB "VIDAS IMAGINARIAS"
Supe de Marcel Schwob a través de la "Biblioteca personal" de Jorge Luis Borges (Alianza Tres, 1988) y, como sospecho que no todos los lectores de este blog conocen al autor francés, me permitirán que lo presente utilizando las mismas palabras del escritor argentino: "Biblioteca personal", (página 83). "Como aquel español [la malquerencia de Borges hacia la mención del mismo nombre de Cervantes es de sobra conocida] que por la virtud de unos libros llegó a ser "don Quijote", Schwob, antes de ejercer y enriquecer la literatura, fue un maravillado lector. Le tocó en suerte Francia, el más literario de los países. Le tocó en suerte el siglo XIX, que no desmerecía del anterior. De estirpe de rabinos, heredó una tradición oriental que agregó a las occidentales. Siempre fue suyo el ámbito de las profundas bibliotecas. Estudió el griego y tradujo a Luciano de Samosata. Como tantos franceses, profesó el amor de la literatura de Inglaterra. Tradujo a Stevenson y a Meredith, obra delicada y difícil. Admiró imparcialmente a Whitman y a Poe".
Sigue hablando Borges..." Le interesó el argot medieval, que había manejado François Villon. Descubrió y tradujo la novela Moll Flanders, que bien pudo haberle enseñado el arte de la invención circunstancial. Sus Vidas imaginarias datan de 1896. Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén. En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas. No buscó la fama; escribió deliberadamente para los happy few, para los menos. Frecuentó los cenáculos simbolistas; fue amigo de Rémy de Gourmont y de Paul Claudel. Hacia 1935 escribí un libro candoroso que se llamaba Historia universal de la infamia. Una de sus muchas fuentes, no señalada aun por la crítica, fue este libro de Schwob. Las fechas de 1867 y de 1905 abarcan su vida".
Esa Francia en la que Borges sitúa a Schwob es la de la Tercera República, la que se recupera de la debacle de la Guerra Franco-Prusiana (1870-71), de la Commune y de la caída del Segundo Imperio. París se sumerge de lleno en La Belle Époque (1880-1920) y es un hervidero de nuevos ricos al amparo de un fulgurante desarrollo industrial y de la especulación inmobiliaria y bursátil. La pujante escena bancaria hace sombra a la City. La impresionante Exposición Universal de 1900 marca el final del Grand Siècle. La tortilla del Impresionismo ya ha cuajado y las novedosas exposiciones de los fauves y de arte japonés ofrecen al coleccionista nuevas experiencias, además del exotismo de otras culturas hasta entonces desconocidas. Las publicaciones de todo tipo (gacetas literarias, semanarios políticos, revistas satíricas, económicas y artísticas) circulan libremente entre una burguesía, ávida de estar a la última en cualquier movimiento que signifique modernidad.
A ese París, que ya se ha convertido en el centro del mundo elegante y civilizado, llega Marcel Schwob desde su Chaville natal en 1881. Se instala en casa de su tío materno Leon Cahun, bibliotecario de la Bibliotheque Mazarine. Su educación, como corresponde a su rango social, es esmerada. Lycée Louis-le-Grand, École des Hautes Etudes Sociales y College de France. De esa etapa nace su pasión por el estudio bibliográfico y los libros de viejo, también por la filosofía, la filología y el conocimiento de lenguas antiguas y modernas. Domina el latín, el sánscrito, el inglés y el alemán. Su preferencia por las literaturas greco-latina, medieval francesa e inglesa, le sumerge en el estudio de los autores clásicos y sus cosmogonías. La del poeta del siglo XV François Villon, paradigma y origen de la utilización de las baladas en jerga en el mismo texto narrativo, le introduce en el jargon de los coquillards y en el oscuro misticismo de las sociedades feudales. La lectura de los ingleses R. L Stevenson, Daniel Defoe, George Meredith y Oscar Wilde (a los que traducirá más tarde) le abre las puertas al gusto por el relato corto y al mundo de las aventuras y al paisaje ultramarino. Por ellos conoce a James Boswell y John Aubrey, escritores y anticuarios de los siglos anteriores, verdaderos antecedentes en lo que será la posterior marca de Schwob como escritor, el empleo de la biografía imaginaria y fantástica como contra-modelo de la historia real de los personajes. Su labor literaria se complementa con las colaboraciones en periódicos como L´Echo de Paris o Mercure de France.
Si Boswell y Aubrey conforman la primitiva influencia de Schwob, el también autor inglés Walter Pater con sus obras de 1873 ("El Renacimiento") y 1887 ("Retratos imaginarios") es su referente más próximo en el tiempo. Schwob se hace eco de la filosofía conceptual de este último: "...una luminosidad súbita transforma una cosa trivial..., y esto tal vez solo dura un instante, pero guardamos el deseo de que ese instante pueda repetirse por casualidad..." para utilizar esa nueva lógica en sus "Vidas imaginarias", publicada en 1896. Es esta idea de la fugacidad aparentemente inocua, la vida que imita el arte y no a la inversa ( Wilde, discípulo de Pater, dixit) de la que se sirve Schwob para darle a su obra un contenido tan original y atrevido, resaltando lo aparentemente trivial como elemento narrativo más extraordinario. Muy atrás quedan los ejemplos de las biografías instituidas como paradigmas del género. Las "Vidas paralelas" de Plutarco o las "Vidas de los Doce Césares" de Suetonio son superadas en tiempo y en forma por las biografías de unos personajes de segunda fila, colaterales a los grandes protagonistas de la Historia con mayúsculas. Individuos que nos muestran sus rarezas, sus desdichas, sus torpezas, crímenes y pecados, nunca sus grandes hazañas, pocas veces incluso compitiendo por el reconocimiento de sus coetáneos, tampoco buscando el halago en el imaginario de las generaciones futuras.
Biografías de personajes que abarcan momentos históricos acontecidos desde el siglo V a.d.C hasta el XVIII de nuestra era. Los subtítulos con los que Schwob presenta al lector algunos de los biografiados ("Empédocles. Dios supuesto", "Eróstrato. Incendiario", "Crates. Cínico", "Cyril Tourneur. Poeta trágico", "Walter Kennedy. Pirata iletrado", "Los señores Burke y Hare. Asesinos") pretenden resaltar hechos trágicos, disparatados y muchas veces misteriosos. Otros como "Paolo Ucello. Pintor", "Alain. Soldado", "Gabriel Spenser. Actor" o "Pocahontas. Princesa", se sirven de la profesión real de los protagonistas para destacar sucesos imaginados, fantásticos y de difícil o improbable verificación. Los protagonistas que aparecen por las páginas de "Vidas imaginarias" son sutilmente enfrentados con aquellos coetáneos que si tuvieron un reconocimiento histórico, debidamente documentado en fuentes fiables. (...Ucello contra Da Vinci, Spenser contra Shakespeare, Kennedy contra Barba-Roja, Burke & Hare contra Jack El Destripador), y en el destello final queda consagrada la mentira como auto de fe, la impostura como carta de naturaleza, lo híbrido, el simbolismo más radical, el "realismo mágico". Faulkner, Perec, Bolaño, Borges, nuestros Alvaro Cunqueiro, Joan Perucho y, entre los vivos Enrique Vila-Matas (el autor barcelonés es de los pocos que actualmente ensalzan su figura) agradecerán por siempre a Schwob su audacia.
Se diría que la propia singularidad de la vida de Marcel Schwob, muerto a los 37 años, fuera una continuación de la de muchos de aquellos que retrata en sus "Vidas imaginarias". Su rareza, su "identidad confundida" le llevó insospechadamente hacia una grave y prolongada enfermedad intestinal que ni los doctores de la época (ni el opio ni la morfina) fueron capaces de paliar, tampoco curar. Su precipitado regreso a Francia desde la isla de Samoa, a la que viaja para visitar la tumba de su adorado Stevenson, apresura su final. Su carácter se torna más arisco y pocas veces se le ve fuera del círculo más íntimo de amistades. Al abrigo de su propia biblioteca, célebre ya en su época por la gran variedad y riqueza de su catálogo, cultiva una erudición que fue calificada como legendaria por sus más allegados. Muere el 26 de febrero de 1905 y sus restos son trasladados al cementerio de Montparnasse, y allí descansan desde entonces, cerca de la tumba de Leon Cahun, ajeno al París mundano de entonces. En el Salón de Otoño los cuadros de Henri Matisse han triplicado su valor en apenas cuatro años y ese mismo 1905, (¡por fin!), les robes à faux-cul han dejado de verse entre las damas parisinas más distinguidas.
Desafortunadamente Marcel Schwob sigue siendo un escritor desconocido y muy poco reivindicado. Se cuenta que existen, dispersos por diversos países, varios círculos de entusiastas seguidores (los famosos happy few de Borges) que se deleitan en mantener el secreto de su existencia, de su obra iconoclasta, evitando, de esta manera, un posible aluvión de admiradores que les obligue a ampliar su club de iniciados. Poco se ha hecho en nuestro país para llamar la atención sobre su legado. Baste como ejemplo lo que ocurre en el manual que habitualmente me acompaña cuando intento investigar en la obra de un escritor que me interese. Ninguna mención para el autor francés en la "Historia de la literatura universal, tomo 2" de Martín de Riquer y José Mará Valverde (Y ya es sorprendente la falta de referencia de Schwob en un de Riquer, que como lo fuera el autor francés, es un especialista prestigioso en el medievalismo español y europeo).
Tampoco yo lo cococía, Javier, pero me atre mucho. Gracias por el descubrimiento.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si tienes oportunidad de hacerte con la obra, cualquiera de Schwob, lo dudes amigo.
EliminarAbrazos,
Javier.
Pues ya que hablas de Borges, a mí esta historia me ha recordado a "Pierre Menard, autor del Quijote", y que sea el propio Borges quien hace publicidad del señor Schowb daría que pensar. Pero este es real, así que tendré que ponerme a ello.
ResponderEliminarTengo que repasar el "Ficciones" para encontrarme otra vez con Pierre Menard. El estilo (y muchos de los temas que tratan) de ambos autores es muy parecido, copia el segundo al primero indudablemente, por lo que la publicidad que Borges le otorga a Schwob tiene su razón de ser. En todo caso, muy recomendable el Sr.Schwob.
EliminarAbrazos,
Javier.