EL ROCK Y LAS CIUDADES XI: CHICAGO, 1ª PARTE
HOUND DOG TAYLOR AND THE HOUSEROCKERS.
La chica de la tele anunciaba mal tiempo en los próximos días, temperaturas por debajo de los 18º grados y nevada intensa en la misma mañana en la que tenía pensado llegar a Chicago. Mi plan inicial era salir desde Florence, Alabama, hacia Huntsville, dirección Nashville, para desde allí tomar la Interestatal 65N, atravesar todo el estado de Kentucky y dormir en Indianapolis, ya en Indiana. Una vez allí me proponía visitar el Museo de su famoso circuito y hacerme con la placa conmemorativa del 50 aniversario de la victoria de Mario Andretti en las Indy 500 de 1969. Recuerdo bien esa foto en la que su mánager Andy Granatelli besaba efusivamente al piloto italo-americano después de su histórica carrera; conocí a Mario en un hotel de Madrid durante una presentación organizada por la petrolera Texaco para publicitar su apoyo a varios equipos de la IndyCar Series y de la Formula 1; aquellos eran buenos tiempos, fui el primero de la audiencia en alzar la mano para preguntarle sobre cual era su circuito favorito y contestó sin dudar que el de Spa-Francochamps en Bélgica. Llevaba conmigo también un buen surtido de revistas de coches clásicos y deportivos, las de tipo Hemmings Motor News y Muscle Machines, así que mi viaje tenía además un componente automovilístico que lo hacía aun más atractivo.
Aunque durante el vuelo de Nashville a Chicago tuve tiempo para repasar las numerosas notas y apuntes preparados en Florence no dejaba de rumiar mi mala suerte. Mi compañera en el asiento de la ventana (el cielo blanquecino no hacía más que acrecentar mi desolación) me preguntaba con su voz de generaciones perdidas, ¿algo va mal?, sabe, yo tenía que estar ahora besando el adoquín del circuito del Indianapolis Motor Speedway, bueno, eso queda un poco lejos de O´Hare ¿no le parece?, si, lo se. Lo siguiente que recuerdo fue ver en la palma de su mano izquierda una pastilla naranja, ¿qué es eso?, Oxycontin, pruébelo, le hará sentirse mejor, la engullí con la misma dejadez del que no tiene nada mejor que hacer, gracias, ¿cual era su nombre?, no se lo dije aun, puede llamarme Bertha, ¿y el suyo...?, antes de contestar contemplé sorprendido cómo las letras negras de mi cuaderno de notas salían en desbandada y subían aceleradamente en dirección a mi garganta.
Tenía alojamiento reservado hasta el siguiente domingo en La Quinta, un motel con pretensiones lujosas ubicado en el 4900 del Lake Shore Drive. La inmensidad del lago Michigan me pareció inicialmente un tanto opresiva (cuando cerraba los ojos duplicaba su negrura), así que decidí correr los visillos de los ventanales de mi habitación. El manto de nieve se extendía alrededor de la ciudad pero no era demasiado profundo, tan solo unas 4 pulgadas, lo escuché por la radio del taxi que me llevaba desde el aeropuerto, antes del mediodía ya lo habremos convertido en carbón, comentaba jocoso el conductor, un tipo de raza incierta que puso muy mala cara cuando solo le di un par de dólares de propina. Salí a la calle poco después sin abrir mi equipaje, busqué un local cercano, el Lake Shore Cafe en el mismo Hyde Park Lakefront, aquí todo resulta tan perfecto, tan cuidado, que más bien pareces encontrarte en campo enemigo, por las autoritarias pisadas de la camarera deduje que ganaría su confianza ordenando un Seafood Buffet completo. Extendí en la mesa los mapas de la ciudad mientras sorbía un jugo de granadina, los colores verdes marcaban la ruta de la primera jornada, la dedicada a Houng Dog Taylor and The HouseRockers.
El eje de la actividad consistía entonces en visitar las ubicaciones de los antiguos clubes, los sellos discográficos, las calles y los lugares más representativos en lo que quedara de la trayectoria musical de Theodore Roosevelt "Hound Dog" Taylor, para terminar, ya casi vencida la primera etapa, en algún club donde pudiera asistir a un concierto en vivo. Ignoraba la causa pero tenía la sensación de que salvo en zonas muy concretas, allí donde el turismo se ha hecho el amo de la ciudad, Chicago era un ente extraño, una especie de engendro que animaba al paseante a perderse entre sus esquinas solitarias, lo más alejado posible de las calles comerciales y de las innumerables cámaras de seguridad. Alquilé los servicios de Tours Civitatis, una empresa que puso a mi disposición a un tal Rufus Mellon, chófer negro y albino, con pelo rojizo y largas uñas descarnadas. La primera parada, la más cercana al hotel, fue en el The New Checkerboard Club, en la calle 52 esquina con la Harper Avenue. Trasunto del club original The Checkerboard de la calle 43, allí tiene su placa el "Honorary Muddy Waters Drive". Me tienes que enseñar el otro Chicago, Rufus, el que ya no existe, ¿el de Al Capone, señor?, no, el del sudor del delta del Mississippi y el de la convención demócrata de 1968, tarareé las primeras estrofas del "Chicago" de Graham Nash para ponerle en antecedentes.
Seguía nevando y, aunque la previsión metereológica anunciaba temperaturas mínimas no tan bajas como las del primer día en Chi-Town, empecé a plantearme la posibilidad de alterar la ruta según fuese transcurriendo la jornada. Vamos a subir a la 54 esquina con la South Shields Avenue Rufus, allí se encontraba el famoso Florence´s, uno de los numerosos clubes del South Side donde Bruce Iglauer vio actuar por primera vez a Hound Dog Taylor con sus HouseRockets, Brewer Phillips (segunda guitarra) y Ted Harvey (batería). Tras aquella actuación de finales de 1970 surgió también la idea de Iglauer de proponer a su jefe Bob Koester, capo entonces de Delmark Records, de grabar a Hound Dog y sus chicos y, ante la negativa del segundo, Bruce decide hacerlo él mismo y crear su propio sello Alligator Records. Vamos a seguir ascendiendo por el South Side hasta la calle 39 esquina con la South Indiana Avenue, hogar de Hound Dog Taylor y de su familia durante toda su estancia en Chicago. Hace tan mal tiempo que solo nos detenemos un par de minutos para tomar algunas fotos desde el interior del coche, los limpiaparabrisas chirrían como viejos cuervos. Ya en Douglas, Rufus se desvía hacia la playa de la calle 31, allí contemplamos uno de los más fascinantes skylines de la ciudad. Salimos a estirar las piernas y ofrezco a Rufus un sorbo de mi petaca que no acepta. El paisaje se asemeja a la panza de una gran burra con sus inmensas ubres grises bamboleándose en el horizonte.
Mi relación personal con Rufus Mellon comenzaba a fundirse con el clima dominante, detente en la 34 esquina a State Street, voy a ver si queda algún rescoldo de los Mecca Flats, aquel intrincado bloque de viviendas donde solían residir los mejores pianistas de boogie-woogie de la época. Nos acercábamos al eje de State y Maxwell Street, uno de los principales focos urbanos de la segunda Gran Emigración (1940-1970) desde los estados del Sur hacia Chicago, allí nació de hecho el blues electrificado, en los portales de su concurrido mercado coincidieron Muddy Waters, Little Walter, Hound Dog Taylor, Willie Dixon. Muy cerca, en la South Gilles Avenue murió tiroteado Sonny Boy Williamson en Junio de 1948, unos diez años antes Hound Dog Taylor había grabado algunos temas con el espigado armonicista en su célebre programa radiofónico "KFFA King Biscuit Time" de West Helena, Arkansas. A dos cuadras más al norte, en el 2120 de South Michigan Avenue dudé en mostrar a Rufus la contraportada del "12 x 5" de The Rolling Stones, su tema homónimo sería un claro reconocimiento a la influencia del blues de Chicago en la música de la banda inglesa. Nos encontramos en la sede del mítico sello Chess, desde allí nos acercamos al nuevo local del Pepper´s Lounge, desde la acera del recinto observo las fotos de Elmore James, Howlin´ Wolf, James Cotton y Hound Dog Taylor en sus actuaciones en la sede del antiguo club de la calle 43. La última parada tiene lugar en el West 807 de Maxwell Street, ahora si me decido a enseñar a Rufus el vídeo de John Lee Hooker interpretando el célebre "Boom, Boom", en ese mismo escenario de la película "The Blues Brothers", de la comisura de sus labios recuerdo que salía una espuma rojiza a punto de congelarse.
De vez en cuando conviene bajar a las catacumbas Rufus, confío en que me entiendas, descender a los garitos del south side de Chi-Town y asistir a un party-house, dejar a un lado nuestra agua de colonia favorita y mezclarnos en el ambiente de los barrel-houses que emigraron del delta. ¿Es esa la atmósfera que se respira en esta primera obra homónima de Hound Dog Taylor y sus HouseRockets?, yo te lo explico. En parte si, Hound Dog no puede ocultar su procedencia rural (Natchez, Mississippi, 1915), pero la moderniza enriqueciéndola con el sonido propio del Chicago electrificado de los 50, de Elmore James y Robert Nighthawk, sus maestros. ¿Y qué hay de Muddy Waters, B.B. King, Freddie King, Little Walter, Buddy Guy...?, (Rufus no me lo ha preguntado, soy yo el que mantengo el diálogo interior...), esos artistas no me interesan hoy Rufus, recuerden que le hablé de enseñarme la historia menos conocida de la ciudad.
Esa dualidad geográfica se refleja perfectamente en el álbum, primera obra publicada por el sello Alligator, mezcla del blues del sur y el rock del mid-western norteño. En los temas compuestos por el propio Hound Dog, "She´s Gone", "It´s Allright", "I Just Can´t Make It" y "Give Me Back My Wig", domina el slide-guitar al galope del boogie-woogie, de su guitarra (una Kingston Kawai Teisco que ya la quisiera para sí Jack White) sale un ritmo impetuoso que empuja al baile. La vieja Telecaster de Phillips y el primitivo kit de la batería de Harvey suenan a puro y rudo rockin´-nite show. En las versiones de los temas de Elmore James, "Held My Baby Last Night", "Wild About You Baby" y "It Hurts Me Too", más lentas, el bottleneck-sound contiene más aromas del quejido rural del sur. En las piezas instrumentales, "Walking The Ceiling", "Taylor´s Rock", "Phillip´s Theme", "44 Blues", "55th Street Bogie" (presumo que esta última la compuso en el mismo Expressway Lounge de la calle 55), el trote boogie sigue dominando el sonido. Un bonus track, conteniendo una brillante versión del "Look On Yonder´s Wall" de Memphis Jimmy, cierra el álbum. Grabado en diciembre de 1970 en los Sound Studios con Stu Black como ingeniero de sonido (un gran profesional que participó en numerosas sesiones con The Ides of March o The Flock, bandas también oriundas de Chicago), el sonido conseguido es el del genuino garaje-blues, así hablaba de ellos Robert Christgau (uno de los más reconocidos popes de esta cosa), que tampoco se cortó un pelo al calificar a Hound Dog and The HouseRockers como los "Ramones del blues".
La jornada de hoy culmina en el club Kingston Mines, en el 2548 de North Halsted Street, ya en pleno North Side, cerca del zoológico de Lincoln Park, allí donde los turistas blancos van mayoritariamente a escuchar blues en directo. Actúa esta noche Joanna Connor con su Blues Band, una auténtica peso pesado de la guitarra distorsionada. Sus temas recogen el espíritu south side de los primeros guetos de los emigrados del delta, sonido electrificado en las tiendas de ropa judías y en las kitchenettes privadas de Maxwell Street. Su música guarda también el olor a orines de callejones de madera, la algarabía del foot-stomping de la multitud circundante, el ritmo rudo de las primeras bandas de blues y rock´n´roll negras de las que Hound Dog Taylor y los HouseRockers fueron estandarte. De vuelta al hotel nos acercamos al Theresa´s Lounge en el 4801 South Indiana Avenue. El local, un bajo adyacente al edificio de apartamentos del Indiana Manor, está actualmente abandonado. Su estado supone un claro insulto a la memoria de Theresa Needham, una de las mujeres pioneras en el primer y más genuino circuito de clubes en el South Side de Chicago, pero de ello hablaremos en la segunda parte.
Me ha hecho gracia leer aquí el nombre de Mario Andretti. Cuando yo era un chaval tuve una época de afición por la Formula 1, y aunque mi ídolo era Jackie Stewart el bueno de Andretti salía por todas partes. Qué tiempos.
ResponderEliminarEl artículo soberbio, como siempre. La importancia de Chicago como punto fundamental para la electrificación del blues o el asentamiento del jazz es, en esencia, su carácter de ciudad industrial con tradición burguesa: Nueva York o Detroit, por unas u otras razones, no tenían esa envergadura.
Esto recuerda, hasta cierto punto, el origen mod en Londres: la burguesía media/alta judía, en gran parte constituida por los sastres de renombre en la ciudad, es el caldo de cultivo de los primeros modern, que a finales de los 50 son, como en Chicago, quienes mantiene el circuito de salas para los músicos negros de jazz y blues.
Algo bueno tenía que tener la burguesía, además de sus pretensiones nacionalistas...
Sigo manteniendo la pasión por el automovilismo, a pesar de una F1 tan descafeinada como la actual. Buen apunte el que haces de los sastres judíos y el Londres de los mod, hay efectivamente concomitancias con el Chicago negro de Maxwell Street, aunque los protagonistas fueran radicalmente tan distintos.
EliminarGracias y saludos,
Javier.
No tengo nada de Hound Dog Taylor, así que lo he buscado en youtube y lo he puesto de banda sonora mientras leía tu artículo. Y ha sido un placer doble. El texto podría servir de guía para una peli de Jim Jarmusch (por ejemplo). Bueno, el Jarmucsh no utiliza tantos “elementos”, con tres o cuatro te monta un peliculón. Eso de calificar (Robert Christgau) a Hound Dog and The HouseRockers como lo "Ramones del blues" me parece que es pasarse cuatro pueblos, pero bueno, si él lo dice.
ResponderEliminarSaludossssssss
Buena idea esa de Jarmusch, no había pensado en ella mientras escribía y ahora que lo mencionas no dejas de tener razón. Christgau compara Ramones y Hound Dog porque ambos exponen su propuesta de manera simple y lo más cruda posible, sin ningún abalorio. Hound Dog muchas veces calificó a su música como rock, más que como blues, y sus HouseRockers tienen ese sonido rudo y rudimentario, más alineado con la banda de acompañamiento de Bo Diddley.
ResponderEliminarGracias y saludos,
Javier.
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ResponderEliminarQué barbaro el seis dedos. Hace tiempo que no lo oigo, me has despertado la apetencia con tu enorme texto. Abrazos.
ResponderEliminarSi, el seis deditos Taylor no era precisamente un tipo que se quedara corto. Su forma de interpretar la guitarra no era la de un virtuoso tipo B.B.King pero transmitía una fuerza ruda, cruda y desnuda que le asemejaba más a Bo Diddley. Me alegro que hayas vuelto a este monstruo, aunque sea solo por un instante.
ResponderEliminarGracias y abrazos,
Javier.
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